CRÓNICA DE MUCHAS FUNCIONES EN CDMX
Por Óscar Alberto Fontana (@fontanaoscar)
Se abren las puertas de la sala. Las acomodadoras conducen al público hacia las butacas. Los espectadores seleccionan su lugar y toman asiento, hacen algunos comentarios de lo que ven al frente, en el escenario. Anuncian la primera llamada, pasan unos minutos. El público se siente aún con permiso de hacer un par de comentarios. Después de un rato, la segunda llamada es advertida, el público se acomoda en la butaca mientras que una voz les pide apagar sus celulares… entran en pánico, no pueden apagar sus smartphones, habitualmente los revisan cada cinco minutos o menos, y el programa de mano advierte que la obra durará dos horas; dos horas sin revisar Whatsapp, Facebook, Twitter, Instagram. La mayoría decide ponerlo en modo avión, en silencio o vibración, algunos otros están seguros de que nadie los llamará y deciden dejarlo prendido y con el volumen al número ocho. La obra comienza, todos atentos, pasan varios minutos, el primer espectador saca su smartphone para revisar si no tiene mensajes en Whatsapp, su atención se divide, sigue escuchando al actor mientras se percata que nadie le ha escrito. Está por atender de nuevo la acción en escena cuando su atención es absorbida por una notificación en Facebook: alguien ha comentado una de sus fotos, se enrola en una conversación, echando de cuando en cuando una miradilla al frente para ver cómo va la obra. Treinta minutos han pasado y cinco de los espectadores que decidieron no apagar su celular, ahora están revisando disimuladamente su teléfono.
Lo anterior, podría ser la crónica de muchas funciones teatrales en esta ciudad. Quizá el ritmo de vida y otros factores, hacen que cada vez nos sea más difícil centrar y mantener la atención en algo. Estamos todo el tiempo, proclives a caer en la provocación de revisar el celular o atender otras cosas, olvidando lo que mantenía inicialmente nuestra atención. Una especie de transferencia, en donde priorizamos otra acción por encima de la inicial. A este fenómeno, obviamente, no escapa el teatro.
Este texto surge a partir de que las últimas veces que he asistido al teatro, me he percatado que la atención del público cada vez está más fragmentada. He puesto sobre la mesa muchas razones posibles por las cuales un espectador es capaz de pagar una entrada al teatro para finalmente distraerse revisando su celular, volteando a ver las reacciones de los otros, “admirando” las luces, revisándose las uñas, comentando a su acompañante algo no relativo con la obra o simplemente, quedándose dormido. Lo que más me impacta de estas deducciones, es que creo están estrechamente ligadas a uno de los “problemas” de los cuales muchos compañeros teatristas se quejan: falta de público.
Considero que el director debería tomar estas distracciones como una advertencia de que algo en la ficción que construyó no va bien. Si bien como creadores, sabemos que el público está expuesto siempre a estímulos externos y ajenos al montaje – razón por la cual se ordena al público apagar sus celulares- debemos también entender que es nuestra responsabilidad si el espectador se fuga o se aburre, aún cuando asumimos que pudo haber errado en lo que deseaba ver. Sin embargo, dejando esta posibilidad atrás, supongamos que un asistente entró con toda la intención de seguir la obra de inicio a fin, diez minutos después de iniciada, empieza a ser atacado por una serie de distractores que lo obligan a fugarse: la obra perdió un espectador.
¿Qué es lo que posiblemente hizo que la obra dejara de ser atractiva para este espectador?
No entiende el texto
Si se perdió en el planteamiento, o el lenguaje le parece confuso, puede que sea razón suficiente para desviar su atención a otra cosa que sí pueda entender y capte su interés, como una conversación de whatsapp. Sabe que, si perdió el hilo de la trama, le será difícil recuperarlo. Finalmente se resigna y padece el resto de la obra deseando que termine pronto.
Lo que ve “está mal actuado” (es fingido)
La mayoría del público esperaría conmoverse con lo que está sucediendo en escena. Por desgracia, parece que la tendencia del teatro que se está haciendo actualmente radica en mentir al público. Éste se fuga porque considera que lo que está viendo en escena no es verosímil: el actor está fingiendo.
El texto es “muy intelectual”
Tiene que ver con el primer punto. El espectador no entiende la trama, no contextualiza, le parece que lo que ve es “raro”. De ahí que muchas personas lo consideren inasequible intelectualmente para ellos. Finalmente lo catalogan como “teatro de arte”. Salen de la función extremadamente aburridos, sin saber de lo que trató y con hambre de ver algo que sí puedan entender.
No conecta emotivamente con el argumento
Lo que ve no es de su interés porque quizá no tiene relación con algún hecho con el que se sienta identificado.
Dura mucho
Esto dependerá de qué tan entretenida le resulte, si no es así, la atención invariablemente se perderá.
No existe algún recurso estético que logre captar la atención
Algunos espectadores gustan de las comedias musicales porque en ellas existen una serie de elementos que todo el tiempo estimulan su atención: vestuarios coloridos, música, números coreográficos, escenografía fastuosa, etc. Cuando ven teatro que no tiene estas características les cuesta trabajo mantener la atención.
Es necesario mencionar otras razones ajenas a la obra que pueden ser causa de esta fuga de atención, por ejemplo:
Cansancio
Resistencia del espectador hacia lo que está viendo porque le genera una confrontación consigo mismo
Problemas personales
Fue obligado (en el caso de algunos estudiantes) a ir al teatro o asiste por compromiso: en realidad no le gusta
Quizá existan muchas más razones por las cuales este problema sea ahora tan común en las salas de teatro. Lo cierto, es que actualmente el celular se ha vuelto el pretexto, y en muchos casos, la causa por la cual la atención de una persona puede verse interrumpida y fragmentada.
Después de tomar en cuenta cada una de estas posibilidades, estaremos seguros que es prácticamente imposible realizar un montaje que cumpla con todas las exigencias que un espectador requiere para mantener su atención. Sin embargo, es importante que el director vigile cuando esto suceda con un número considerable de asistentes y haga lo posible por solucionarlo, si es que desea que su trabajo permee y trascienda más allá de la puerta del teatro. Y aún más: si tenemos la pretensión de captar a ese gran número de personas que nunca han ido al teatro.