La Ira de Narciso

Por Viridiana Nárud

¿Se puede ver al otro a través de sí mismo? ¿Se puede conocer la humanidad desde las visión única y exclusiva del Yo? ¿Se puede hacer referencia al otro si sólo me tomo como referencia a mí? Existe algo peligroso en encasillarse con una sola definición y es que el encasillamiento significa también una cuadratura, adaptarse obligadamente a algo. Existe algo contradictorio en Sergio Blanco: es un fiel protector de las fronteras ya que estas diferencian al individuo del otro, pero cree que el Yo es un instrumento de comunicación indivisible del otro y que a través de su propia persona se puede comunicar con el Todo.

Para los místicos antiguos es necesario disolver el Yo ya que se encuentra arraigado al Ego. Para Jung el abandono del Yo era una búsqueda del self, pero Sergio Blanco juega con su propio reflejo y se hunde en su propia visión. Es cierto, es grandilocuente y un gran académico que dibuja las palabras de gran contenido, pero en realidad están vacías. Sergio Blanco contiene a Sergio Blanco, no a la humanidad ni su comportamiento.

Quizá por ello su análisis me cuesta trabajo. En La Ira de Narciso juega con esta figura mitológica para hablar de su propio asesinato, de la visión del arte y su necesidad de sobrevivir a la muerte. Es cierto cuando Sergio Blanco dice que él no crea nada nuevo y sólo toma de los antiguos, empero, ha sabido hacer de su autoficción una marca que lo hace reproducible en el mundo. Ese es el anhelo de Blanco, su reproducción metafísica a través del acto teatral.

El montaje de Boris Schoemann y la actuación de Christian Magaloni son impecables. Todo está en su lugar. Se reduce a lo mínimo indispensable, dejan que el texto hable y que Blanco brille.

No puedo negar que por momentos esta obra tiene momentos de entretenimiento y reflexión, pero no vemos nada más que a Sergio Blanco hablando de Sergio Blanco, que toma como pretexto los migrantes, la indiferencia del mundo, la sexualidad como alucinación, la muerte como acto último de la imaginación. Pero en la trama, aunque el anuncia desde un principio que no va a existir acción dramática sino narrativa, por momentos la espiral que intenta hacer, se suspende creando una línea recta sin dirección fija. La trama tiene recovecos que la vuelven predecible por lo que la tensión no puede sostenerse, pero sí el humor.

Como espectadora crítica debo aceptar que la grandilocuencia de Blanco no me emociona y tampoco me confunde, es un elefante blanco en medio de un desierto en donde poco se reflexiona y cuestiona.