Otro Romeo y Julieta

Romeo y Julieta quizá sea una de las historias de la literatura más conocidas. Dos adolescentes cuyas familias están enemistadas y se enamoran. Su amor prohibido (ésta es la verdadera historia de la cual no pienso dar detalles por si hay algún despistado que aún no la haya leído o visto) los lleva a un fatal desenlace.

   Bestiario teatro presentó ésta misma obra en el Teatro La Capilla de la Ciudad de México. Bajo la dirección y traducción de Diego Álvarez Robledo diez jóvenes actores vestidos de manera simple, un pantalón holgado, camisa negra y botas de trabajo, dieron vida a esta historia estrenada en el siglo XVI.

   La propuesta de Bestiario es atractiva. Toda la obra parece un collage en el que la anécdota es más importante que la figura del actor, me explico: los personajes de Shakespeare están dibujados con sus características particulares, de modo que los actores se pasan el vestuario como una especie de estafeta, es así que a veces Romeo es ella, o Julieta es él, pero la dama que acompaña a Julieta siempre es coja y lleva mandil.

   Mientras que la obra sucede en Verona y Mantua, Bestiario no se preocupa de vestir el teatro con decorados o escenografías complejas; la compañía apuesta por un espacio negro, simple, con apenas tres cajones de madera cruda que les sirven para crear diferentes sitios. Así estos cajones se convierten en un sepulcro, en un salón de fiestas o en la muralla que Romeo escala para llegar a su amada. Al fondo hay un balcón que acentúa y crea atmósferas distintas gracias a la iluminación y, hay que decirlo, la dirección aprovechó al máximo el espacio del teatro, ya que los actores no se limitaban al escenario, entraban y salían por entre el pasillo del público lo que, como espectadores, nos obligaba a seguir con atención a los actores y daba una absoluta fluidez entre una escena y otra que mantenía el ritmo de la obra.

   Para sumar un elemento a esto que he percibido como un collage, hay que destacar el playlist que acompañaba la obra, acentuando el ambiente creado por los actores, canciones de Radiohead, The Beatles, The Turtles, The Mamas & The Papas e incluso alguna colada de Celso Piña potenciaban algún aspecto emotivo o festivo en las diferentes escenas, en las que la propuesta rozaba con un musical.

   Un detalle muy puntual que hubiera agradecido es un intermedio, casi tres horas de función requieren de mucho trabajo y atención, no sólo para los actores, sino como espectadora.

   Romeo y Julieta es un clásico, es una apuesta segura porque es una obra que, no sólo ha sobrevivido a este mundo ingrato que a veces suele ser el teatro, sino que ha permanecido con gloria tanto en la literatura como en la escena.

La propuesta de Bestiario al rehacer a Shakespeare es atractiva, pero no puedo evitar preguntarme: ¿para qué? ¿Se hace teatro por el ejercicio de hacer teatro? ¿Pudo haber sido Shakespeare como Moliere o Lope de Vega? Y no me malentiendan, da gusto ver a jóvenes con tanta energía en la escena, pero al final no creo haber visto una perspectiva diferente de Romeo y Julieta.

Quizá, como decía Michael Ende en Momo “En una palabra: los teatros eran tal como la gente se los podía permitir. Pero todos querían tener uno, porque eran oyentes y mirones apasionados.” Y entonces tenemos el teatro que nos podemos permitir.

 

Blanca Valdepeña.

Ensayista y traductora. Estudió Letras hispánicas en la Universidad de Guadalajara.