El día que María perdió la voz o el retorno de la musicalidad y la infancia en el teatro

Por Guillermo Bejarano Becerril

Hoy en día es incuestionable dudar que las infancias ocupan un lugar importante en el arte, tal como se manifiesta en la literatura, pues —como han mencionado muchos y muchas, pero sobre todo, Pedro C. Cerrillo— la LIJ ha cobijado a estos seres, en ocasiones, comprendidos o incomprendidos; separados o silenciados, es decir, la LIJ los escucha y los acompaña.1 Por si esto no fuera suficiente, actualmente, se organizan Coloquios o Congresos para discutir temas que permean en las infancias y juventudes, por ejemplo, la guerra, la violencia, la migración, la (no) pertenencia y más. Sin olvidar que, múltiples autores de LIJ —como M. B. Brozon o Adolfo Córdova—, conviven con su público. No sólo en firma o presentaciones de libros, los autores se acercan a los niños para crear nuevas historias o entender nuevas perspectivas de su día a día, entorno o conocer su voz e ideas como una minúscula muestra de otros tantos niños, niñas y jóvenes que aún no la hallan, pero se encuentran en su búsqueda. Sin embargo, ¿Qué hay del teatro? ¿Por qué es posible hablar del teatro para las infancias y las juventudes, pero no es tan común hablar sobre el teatro que integra a niños y jóvenes no como espectadores o escuchas, sino como integrantes o personajes de una puesta en escena?

Luego de seis años de su estreno, en una nueva localidad y miembros, la obra de teatro El día que María perdió la voz —basada en la obra de LIJ El día que María perdió la voz (2009) de Javier Peñalosa y bajo la dirección artística de Catalina Pereda—, cuenta la historia de María —interpretada por Catalina Pereda—, una niña a la que le gusta hablar de todo y con todos, pero que en ocasiones los demás se cansan de su palabrería. A Manuel —interpretado por Jesús Cortés—, su hermano, María no lo deja dormir, pues habla hasta en sueños o resulta imposible escuchar a Manuel porque María, con tanto hablar, no escucha la voz de Manuel, de su papá —interpretado por Aldo Estrada—, de su mamá —interpretada por Raúl Román—, o de otros tantos. No obstante, un día de compras, un suceso inesperado ocasiona que María pierda la voz, y así, junto con su familia, se embarquen en una singular aventura entre médicos, brujos y robots parlanchines, hasta encontrar su desaparecida voz.

A través de cincuenta minutos, de principio a fin, la compañía teatral Ópera Portátil y el Coro de niñas y niños de los Talleres de Corina se aventuran a representar la puesta en escena El día que María perdió la voz. Obra arriesgada, transgresora y renovadora para su disciplina, pues trabaja de la mano con niños y niñas; gran parte de los diálogos son versos, estrofas, cantos que riman siempre y se acompañan de la música de Marcela Rodríguez. Sin olvidar que las transiciones de una escena a otra y los cambios de escenografía están delimitadas por la iluminación de Braulio Amadís o de las intervenciones de Alejandro Márquez y Ana María Benítez. No obstante, un elemento a resaltar es el juego de sombras con el que inicia la obra, pues desde ahí y durante el transcurso, se le recuerda al espectador que la obra y sus protagonistas son niños y niñas.

El día que María perdió la voz es una obra de teatro que, le recuerda a propios y extraños, el arte no está peleado o se debe de separar de niños, niñas y jóvenes; que el teatro debe de recordar que la música, la rima y la tradición oral no está fuera o separada de él, al contrario, hoy en día espectáculos como los musicales o la ópera de cámara resultan ser caros; que la LIJ y el teatro han dado grandes avances en inclusión de públicos jóvenes. No obstante, aún existe una resistencia que olvida toda la historia de la cultura popular y su influencia en la cultura escrita; que ésta puesta en escena como muchas otras, no sólo comprueban la habilidad de cada uno de los involucrados, sino también su pasión y destreza para que los niños, niñas, jóvenes y adultos se unan para cantar y encontrar su voz. En pocas palabras, el mensaje de la obra textual se lleva a la oralidad para decir: … ¡Vayan a verla! ¡Vayan al teatro! ¡Vayan a la LIJ para conocer qué dice o cuál es la “moraleja”!

El día que María perdió la voz se presentará brevemente dos fines de semana,  del 19 al 27 de octubre, en el Teatro El Galeón, Abraham Oceransky del Centro Cultural del Bosque (CCB), Paseo de la Reforma y Campo Marte s/n. Funciones sábado y domingo a las 13:00 hrs. Precio del boleto $80.

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Guillermo Bejarano Becerril (Ciudad de México, 1998) poeta y estudioso de la literatura mexicana. Estudió la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Ha colaborado en los proyectos Soga viviente y Vida y obra de José Juan Tablada. Ha publicado en las revistas: Revista Zur; Pérgola de humo; Punto en línea, Casa del tiempo, Pirandante. Revista de Lengua y Literatura Hispanoamericana, Revista Universitaria y más.

1 En libros como El lector literario (2016) o LIJ. Literatura mayor de edad (2013) por mencionar algunos, Pedro C. Cerrillo, uno de los principales investigadores y referentes en los estudios sobre la Literatura Infantil y Juvenil (LIJ por sus siglas), resalta la importancia de la tradición oral y cómo ésta ayuda a las infancias a recordar cuentos, nanas, juegos o retahílas: las infancias conviven y reciben historias, tradiciones o enseñanzas por la palabra, más que por la escritura..