28 metros sobre el nivel del mar o la posibilidad de contar más de una historia

Por Guillermo Bejarano Becerril

En la literatura, es constante encontrarse con la presencia del mar. Dicho motivo ha provocado que muchos escritores ahonden sobre su presencia, naturalidad y misterio, que gira alrededor de su existencia. El mar no es una cosa fácil de explicar, ya sea que dentro, fuera o a las orillas de él habite vida —las muchas especies conocidas y desconocidas o los mismos seres humanos que viven en esos espacios o en las cercanías— o ya sea que su contemplación provoque una reflexión filosófica: el mar es eso y más. Ejemplos de todo lo anterior, por mencionar algunos, son: la obra del francés Jules Michelet, El mar (1861), que aborda el impacto del océano en la humanidad; la novela del cubano Reinaldo Arenas, Otra vez el mar (1982), donde en el mar suceden y se alberga muchos misterios, vidas y aventuras o la novela juvenil Las sirenas sueñan con trilobites (2011), de la mexicana Martha Riva Palacio, que presenta al mar como un lugar de refugio, pero a la vez peligroso. Sin embargo, desde el teatro, qué se ha hecho en América, qué han hecho los dramaturgos, gente que vive y tiene de cerca, por mencionar, a los océanos Pacifico y Atlántico. Resulta curioso y hasta provocador saber cómo se presenta en el teatro el mar, pues pocos son los casos, por ejemplo, el guión dramático de “Orinoco” de Emilio Carballido (1925-2009) o las tres piezas “El velero en la botella”, “El naufragio interminable” y “Un corazón lleno de lluvia” del chileno-argentino Juan Díaz (1930-2007). No obstante, se une una obra más a la lista, como muestra de representación del mar, que se reseña a continuación: 28 metros sobre el nivel del mar.

Hablar sobre la puesta en escena 28 metros sobre el nivel del mar —escrita y dirigida por Esmeralda Aragónes— es también hablar de muchas cosas que involucran realidades, problemáticas ajenas y propias, de México como del mundo, pues, a través de sesenta minutos, la obra cuenta ocho historias que evocan la vida en pareja, la vida en provincia, las regresiones en el tiempo, el retorno de los muertos, la infancia, la vida de escuela, la violencia, la diversidad sexual, la memoria, la pandemia pero, sobre todo, la importancia que tiene el mar en la vida de cada individuo, pues del mar, sin importar de qué especie, se trate: se nace, se alberga y crece vida.

Con un léxico y con menciones específicas a ciertas localidad de la Chontal Baja de Oaxaca —la playa La Ensenada y de donde se retoma el nombre porque se hace hincapié a lugares situados a 28 metros sobre el nivel del mar: El Coyul, Morro Ayuta, Río Seco, Tapanalá, Santa María—, la compañía teatral “Pelo de Gato, un ojo al teatro y otro al garabato” realiza un trabajo actoral sorprendente. Desde que se entra a la sala, una cortina de humo recibe a los espectadores en señal de que ingresan a la memoria, a terrenos donde se evapora el agua y se condensa en nube-neblina. Por si esto no fuera suficiente, a través de las ocho escenas que se ejecutan en el escenario, las actuaciones de Gustavo Martínez y Rosario Sampablo, que se complementan, son asombrosas por lo estudiado que tienen a sus personajes, los cambios de voces para que no confundan al espectador y no se requiera a otros actores/personajes, la rapidez en que adaptan el escenario para cada escena, sin olvidar el juego de sombras que ambos ejecutan gracias a la iluminación —a cargo de Felisa Vargas “Bobby Watson”—, así como los contrastes entre luz y oscuridad, las luces que destacan a personajes o las luces que coordinan movimientos, cambios y transiciones. No sin olvidar que parte de la ambientación también se debe a la musicalización —a cargo de Eric Barrita y Rodrigo Pereyra, Yanin Arroyo, David Ruiz, Alejandro Hernández, Rodrigo Pereyra, Eric Barrita— de todos los miembros que interpretan un instrumento o sonido. Asimismo, se debe de destacar el vestuario y la escenografía —de Roger Emilio Zi Chim— que, por lo visto, pensó en la practicidad y funcionalidad para que no se perdiera tiempo entre cambios o que los espectadores vieran lo instantáneo de cada de historia, no como una continuidad sino como historias diferentes, es decir, cosas que suceden en un mismo lugar, pero que no se conectan o que, aparentemente, no lo están, pues, después de todo, en una comunidad: todo sí está conectado, unido; aunque no lo parezca.

La importancia y valía de la obra teatral 28 metros sobre el nivel del mar no es sólo el contacto, referencias o guiños a otras artes —como es la literatura— o el desarrollo de temas universales —el tiempo, el amor, la diversidad sexual—, sino que es una representación y un recordatorio de todos los pueblos que habitan, viven y conviven con el mar: en este caso, las comunidades del estado de Oaxaca y su proximidad con el Océano Pacifico. Luego de esta puesta en escena y con cada miembro que integra la misma, es posible afirmar que se unen a la lista de estos hombres y mujeres —Andres Henestrosa o Irma Pineda por nombrar algunos— que han tratado de compartir, no sólo una perspectiva de la vida, sino un pedazo, un fragmento de su tierra: el istmo de tehuantepec, del estado de Oaxaca.

28 metros sobre el nivel del mar se presentará hasta el 8 de septiembre en la sala Xavier Villaurrutia del Centro Cultural del Bosque (CCB), Paseo de la Reforma y Campo Marte s/n. Funciones jueves y viernes a las 20:00 hrs, sábados a las 19:00 hrs y domingos a las 18:00 hrs.

 


GUILLERMO BEJARANO BECERRIL (Ciudad de México, 1998) poeta y estudioso de la literatura mexicana. Estudió la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Ha colaborado en los proyectos Soga viviente y Vida y obra de José Juan Tablada. Ha publicado en las revistas: Revista Zur; Pérgola de humo; Punto en línea, Casa del tiempo, Pirandante. Revista de Lengua y Literatura Hispanoamericana y otras más.