El charco inútil

Por Viridiana Nárud (@viridianaeunice)

Carl G. Jung fue un psiquiatra famoso por entender y atender al psicoanálisis desde otras perspectivas. Existe un caso que narra en uno de sus libros en donde una joven lunática decía vivir en la luna y que había sido raptada por un príncipe. Los familiares de esta mujer llegaron al médico después de que muchos otros la trataran sólo como una loca más. Jung, hizo lo que nadie antes, viajó con ella a la luna y comenzó a conocer a todos los personajes tratando de conocer y desentrañar la realidad que escondían todas esas imágenes arquetípicas.

Poco a poco, Jung logró traer a esta mujer a la Tierra, no sin antes entender que ese universo fue creado por ella para aliviar la pena y gusto que sentía por su hermano quien había abusado de ella sexualmente. Jung comprendió que la locura esconde una verdad simbólica y que la razón no es un buen método para su cura.

En “El charco inútil” nos enfrentamos a personajes “locos” que tratan de sobrevivir a esta realidad. Sin embargo, ¿qué es la locura y qué entendemos por ella? ¿Por qué nos asustan las personas que no son normales? Y la pregunta más importante: ¿Qué entiende el loco como locura y por qué ha creado ese mundo para sobrevivir la realidad?

Los procesos por los cuales la psique comienza a dibujar realidades o fantasías alternas se deben a la supervivencia humana. La psique va a ser todo lo posible para mantenernos vivos. Entonces, si una realidad es difícil de comprender, no ha de sorprendernos que la psique cree una realidad alterna. Así como el personaje femenino protagonizado por Mariana Garza quien ha perdido a su hijo en un misterioso accidente. Tras cinco años de la muerte de su hijo, ella insiste que vive y ha contratado a un profesor (Alberto Estrella) para que le dé clases privadas para mejorar sus notas.

Oscar, el profesor, por algún extraño motivo decide continuar con las clases, aunque sabe que el niño está muerto. Come su comida, lo regaña y genera una especie de cariño por el ausente. En este viaje al otro mundo de los “locos”, lo acompaña el también maestro Hierofante (David Hevia), con quien habla y narra todos sus miedos y cómo comienza a tener miedo y fascinación por lo que sucede en la casa de esa misteriosa mujer.

Durante el proceso de enseñanza al niño muerto, Óscar y la madre comienzan a enamorarse. Sin hacer ningún tipo de spoiler, el encuentro entre ellos termina recordándonos la muerte simbólica a la que atravesamos día a día. Ya que existen dos niveles en la muerte: una, de manera tácita, en donde el cuerpo deja de existir; dos, la simbólica, cuando el olvido llega y no seremos recordados.

Aunque el dramaturgo David Desola aborda de manera superficial los cuestionamientos acerca de la existencia y realidad para dar énfasis a la crítica social, un desacierto, logra reponerse en el final con los cuestionamientos que desencadena el olvido del sujeto amado o la indiferencia que pueden someternos a un amante.

La producción de “El charco inútil” pone la herida sobre la llaga. La escenografía de Jesús Hernández y el aparato que despliega es famoso por no poder ser un montaje de bolsillo; por sus altos costos de producción y porque en realidad este tipo de escenografías nos recuerdan el arte del escenógrafo. Sin embargo, ¿cómo poder mantener más temporadas de obras así cuando los recortes presupuestales a cultura golpean y atentan contra las grandes instituciones que han mantenido a flote el arte teatral a un bajo presupuesto? Hablo del INBA, la UNAM, y el EFIARTES, este último no es una institución, pero sí un fideicomiso que ha permitido a cientos de producciones mexicanas y extranjeras generar un teatro con pagos dignos, no por ellos abundantes, a los trabajadores del teatro y dar un precio accesible al público mexicano.

El teatro, su calidad, su belleza y arte, también son un despliegue de producción y dinero. En México es vital que los apoyos institucionales se mantengan, de lo contrario corremos un grave peligro: perder el teatro para el pueblo y del pueblo y que privados sean sus dueños. Si queremos continuar viendo obras con actores que nos emocionan, historias que nos sacuden, escenografías que nos abstraen del mundo real, pensemos muchas veces que tras esa emoción el EFIARTES, UNAM o INBA se han encontrado detrás. Pensemos que el teatro pandémico es también un acto de resistencia, sus productores unos valientes por seguir persiguiendo utopías. Pensemos y hagamos teatro.


En temporada jueves y viernes 8 pm, sábados 7pm y domingo 6 pm hasta el 20 de marzo en el Teatro Helénico. Aforo 436 personas. Boletos de $410 a $205.