Crítica: LA CABRA, O ¿QUIÉN ES SYLVIA?

“EL PODER DE LO EXPLÍCITO”
Por Óscar Alberto Fontana*

El horror que causa el impacto de un hecho transgresor contra la sólida conciencia de nuestra formación moral, es, probablemente, la más punzante y perturbadora de las sensaciones. El ser humano puede tolerar infinidad de hechos, dada la enorme capacidad que tiene nuestro inconsciente para bloquear el paso a la sustancia de lo que nos resulta -inmediatamente- inadmisible, pecaminoso, impactante o culposo.

El texto de Albee pone frente a los ojos del espectador dos elementos que se erigen como las firmes columnas que soportan su ficción: por un lado, la consciencia de la moral que acota el comportamiento humano; y por el otro, la depravación que exhibe, quizá, el más oscuro impulso, lo animal, lo irracional. Digo, quizá, porque, en su obra, Martín -el protagonista- asegura haberse enamorado de una cabra; sin embargo, no podemos distinguir a ciencia cierta si ésta característica está ligada por default con lo que pudiéramos llamar perverso. Él habla de amor en repetidas ocasiones, pero lo cierto es que se enfatiza el deseo sexual. Es justamente ahí donde surge la sustancia, el tema, lo esencial en el texto de Albee.

Aunque la obra se clasifica en el género de la tragicomedia, el tono apunta a que en realidad estamos frente a una farsa. Es evidente que la dramaturgia trabaja tonalmente para generar una repulsión en el público, una sensación de rechazo ante lo que está observando, escuchando y sintiendo. La risa del público en este montaje no es cómica, sino una flagrante y angustiante fuga de estrés producto de la construcción, en su imaginació , de un ser humano teniendo sexo con un animal. Es ahí donde está el acento, el tono que finalmente desemboca en el efecto. Estamos frente a la dinámica de lo fársico: lo sexual, lo violento, lo prohibido. La gente se escandaliza, se menea en la butaca, comienza a sentirse incómoda, y es cuando la risa sale expulsada como por una chimenea para liberar tensión.

Lo anterior apunta a que todo marcha bien en el montaje; sin embargo, el estilo de las actuaciones no colabora lo suficiente para que el tono termine de lograr el efecto en el espectador. La dirección procura una serie de trazos coreográficos que dejara ver, de pronto, a los actores, inmersos en una dinámica meramente formal, sin aparente afectación por lo que está sucediendo. El texto de Albee resulta perturbador para todos, pero la forma en la que está actuado le resta dimensión. Esa falla de dirección supone una fuga importante para la distribución de la energía rumbo a la construcción climática del texto. Sin embargo, la música de Jacobo Lieberman, coadyuva a generar un ambiente retorcido, surrealista: hostil.

Ahora quisiera apuntar la mirada hacia el efecto. Me gustaría, a manera de ejercicio personal, lanzar algunas preguntas con respecto al estilo de la farsa: el grotesco. Una vez que tenemos clara la pretensión del dramaturgo y el director con la obra, podemos analizar qué tan conveniente resulta, después de haber echado mano de todos estos elementos tonales, mostrar sangre y una reproducción, casi hiperrealista, del cadáver de un animal. ¿Es necesario para el público verlo? ¿no sería mucho más contundente la imagen que han construido en sus mentes? Lo que vemos físicamente tiene un límite, está acotada por una forma; lo que no se ve, pero se imagina, es inconmensurable, variable, transformable, y, por ello mismo, abrumador. Tomo como ejemplo la escena referencial del Edipo de Sófocles, cuando el protagonista se saca los ojos. Quizá nunca se muestre esta cruenta acción en un montaje, se mantendrá oculta, pero la reproducción en la mente siempre será horrorosa y angustiante.

En esta obra, en “La cabra…”, después del impactante final, la gente sale hablando de lo real que le pareció el cadáver. Realizado con algún material que aún no adivinan, pero que seguramente los va a tener entretenidos por un par de horas más. He ahí el resultado. El apabullante poder de lo explícito que ha dejado azorado al público, pero perdido entre la curiosidad que le provoca la calidad del plástico, y el hecho de haber debilitado sus más apreciadas certezas.

* Dramaturgo, director, docente y actor.